SONATINA
La
princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los
suspiros se escapan de su boca de fresa,
que
ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La
princesa está pálida en su silla de oro,
está
mudo el teclado de su clave sonoro,
y en
un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El
jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y
vestido de rojo piruetea el bufón.
La
princesa no ríe, la princesa no siente;
la
princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa,
acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en
el que ha detenido su carroza argentina
para
ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en
el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en
el que es soberano de los claros diamantes,
o en
el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!,
la pobre princesa de la boca de rosa
quiere
ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener
alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al
sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar
a los lirios con los versos de mayo
o
perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no
quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el
halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni
los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y
están tristes las flores por la flor de la corte
los
jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del
Sur.
¡Pobrecita
princesa de los ojos azules!
Está
presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la
jaula de mármol del palacio real;
el
palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón
colosal.
¡Oh,
quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La
princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh
visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién
volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la
princesa está pálida, la princesa está triste—,
más
brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla,
princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas,
hacia acá se encamina,
en el cinto la espada
y en la mano el azor,
el feliz caballero que
te adora sin verte,
y que llega de lejos,
vencedor de la Muerte,
a encenderte los
labios con un beso de amor»