jueves, 7 de noviembre de 2013

Cartagena de Indias. Colombia.

Estuve en la casa de Gabo, así llamaba familiarmente a Gabriel García Márquez su hermana.

Fue fácil.
Nos recibió ella porque el escritor estaba de viaje. No recuerdo el nombre de aquella mujer, sólo sus ojos profundos y su sonrisa complacida por la visita –¡veníamos de tan lejos!– y ofrecía su hospitalidad, invitándonos a limonada, a refrescos o a café. Todos estuvimos de acuerdo, café. Era por la mañana. Los ventanales, abiertos de par en par y la luz entraba a raudales en aquella estancia donde tal vez Gabo habría pasado horas pensando sus dos novelas escritas en Cartagena de Indias, Del amor y otros demonios y El amor en los tiempos del cólera.
La hermana colocó la bandeja en la mesita central y mientras repartía las tacitas y disponía el espacio, echaba la cabeza hacia atrás y suspiraba risueña regalando dulces con nombres atrayentes: pastelillos de ajonjolí, panderitos de yuca, fantasmas de merengue y caballitos de papaya.
Respiré profundamente e imaginé, sentado en el sillón que yo ocupaba en ese momento, a Eduardo Galeano, y me pareció escuchar las voces de otros poetas y escritores amigos que acudían al atardecer, con la fresca, con sus palabras guardadas en hojas impresas o en tarros de cristal o en latas de galletas inglesas, donde las exponían, las cambiaban, descubrían sus secretos, hablaban sobre las que más contenido o significado poseían, discutían sobre el alcance de unas u otras, las que más abarcaban, las cifradas para mensajes escondidos, las preferidas, las profundas; incluso rebuscaban para encontrar palabras desconocidas o para recuperar las que se habían perdido.
Me hubiese gustado haberle dejado un mensaje al escritor.
Escritor, Gracias.
Escritor, ¿tal vez pensó en otro final para Crónica de una muerte anunciada?
Escritor, ¡me conmovió tanto su Relato de un náufrago o Cien años de soledad!
Escritor, estoy emocionada porque usted supo elegir las mejores palabras, las adecuadas, las exactas, las más brillantes, las más estremecedoras, las que contenían resignación, miedo, esperanza, sutileza y delicadeza, desesperanza, amor, emoción, tensión, amistad, tristeza, soledad y silencio.
Autora: Julia Arnaiz Castro